Papelera de reciclaje. Dietario. Cuaderno de notas y lecturas.

jueves, 21 de junio de 2012

En el último número de la revista Qué Leer la ex premio Planeta y otras cosas Carmen Posadas entrevista a uno de los buenos, Montero Glez, un pajarraco de mucho cuidado. Impagable la foto de portada, aún me estoy riendo.




miércoles, 20 de junio de 2012

Una de zombis

“Un país concebido como un jardín. Sin las complicaciones que trae el pasado. Sin ideas preconcebidas. Sin heridas. Bien rastrillado y hermosamente autocontenido. Sin caminos que entren o salgan. Sin caminos al pasado o al futuro. Un jardín colgante, desconectado de todas las cosas.”
Javier Calvo. El jardín colgante.



No hay nada más aburrido que hablar sobre escritores y sobre sus capillas y conciliábulos, por eso hoy vamos a hablar de la novela El jardín colgante (Editorial Seix Barral, 2012) y no mucho sobre su autor, el prolífico traductor Javier Calvo (Barcelona, 1973), pues nos importa un huevo si éste pertenece a la Generación Nocilla, al Nuevo Drama o simplemente a esa jodida generación (sé de lo que hablo) que nació en las postrimerías del franquismo y que hoy son treintañeros tristes, decadentes y oscuros. Además es vecino, y es la primera novela suya que leo, así que ciñámonos a la letra impresa.

El jardín colgante es una suerte de novela policíaca ambientada en 1977, un tiempo furioso en el que el régimen que había surgido del final de la dictadura se enfrentaba a las tensiones de la descomposición, un país lastrado por cuarenta años de ese invento del nacionalsindicalismo que al final se desvanecía entre la violencia absurda de los involucionistas y la esperanza utópica e insensata de una extrema izquierda postsesentayochista. La Transición, le llaman los historiadores a ese tiempo. Una fase de la historia española propensa a la edulcoración o a la propaganda que Javier Calvo se pasa por el arco del triunfo para construir una narración de zombis, de seres alienados y sin alma, de verdaderos canallas cuyas motivaciones apenas conocemos moviéndose en el ocaso de un mundo. Barcelona era entonces una ciudad gris en cuyos bares más mugrientos comenzaban a sonar aquellos ruidos chirriantes que iban a desembocar en el no future de la perversión del situacionismo. Y para postre un meteorito acaba de chocar contra nosotros.

No está nada mal como decorado. Bueno, también deberíamos añadir un islote mediterráneo que deviene en todo lo contrario a la idea del paraíso que cualquiera de ustedes podría tener. En este decorado fantasmal e inverosímil se mueven a sus anchas unos personajes caricaturescos que causan grima, por su aspecto, por sus acciones, por existir simplemente, seres como Arístides Lao, alias Agente Sirio, una malformación zafia e inquietante del necio Ignatius Reilly de J.K. Toole, o Teo Barbosa, el larguirucho infiltrado en la organización terrorista TOD que recuerda a aquel Onofre Bouvila de una de las mejores novelas de Eduardo Mendoza. Y es que a Javier Calvo le ha salido un libro muy mendoziano, si me permiten la expresión, y no sólo por la soltura desvergonzada con la que ambos inventan nombres singulares para los personajes de sus novelas, sino también por esa textura paródica y enajenada que comparten.

La historia que cuenta la novela, narrada en tercera persona, es la exterminación de una célula terrorista por parte de los servicios secretos españoles y lo hace alternando breves capítulos que le dan voz a unos y otros, capítulos escritos con evidente tensión narrativa que se transforma hacia el final en una especie de holocausto caníbal repleto de higadillos y decapitaciones gratuitas, en una vorágine feroz de violencia y salvajismo bien regada con drogas alucinógenas.

El jardín colgante ha de ser leída con sentido del humor, como una alegoría o como una burla hacia la novela policíaca y la novela histórica repleta de guiños sarcásticos y simbólicos (Alicia en el país de las maravillas, Liar de los Sex Pistols, ...) y cuyo tema al final parece ser la identidad, o más bien la perdida de ella. Aquí no hay buenos ni malos, ni siquiera verdades y mentiras, no hay denuncia social, ni mucho menos una leve esperanza de redención, lo que hay es impostura, traición, vacuidad y manipulación en un mundo irreal y apocalíptico. En fin, El jardín colgante le gustará si le gustan las historias broncas, oscuras y dementes, o las películas de zombis.

viernes, 8 de junio de 2012

Hay palabras que, escritas, cortan el cristal como las herramientas de los ladrones. ¿Un ejemplo? Esta frase:
El animal royó los huesos de mi padre.

Agua, perro, caballo, cabeza. Gonçalo M. Tavares.

lunes, 4 de junio de 2012

El poeta peatón



Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.

Jaime Sabines.

domingo, 20 de mayo de 2012

Atrapado en la rueda de las obsesiones del Mal

En determinados momentos parece que hay temas que se repiten con obsesiva recurrencia y acabas encontrándolos casi en cualquier lugar. Algo así me ha ocurrido con mis dos últimas lecturas, por un lado la novela del escritor portugués Gonçalo M. Tavares, Aprender a rezar en la era de la técnica, y por otro el ensayo del escocés Martin Davidson, El nazi perfecto, donde narra cómo descubrió el secreto pasado nazi de su abuelo. A pesar de que a primera vista ambos libros parecen no tener nada en común, tanto Lenz Buchmann, personaje de la novela de Tavares, como Bruno Langbehn, el abuelo alemán de Davidson, comparten el genotipo del mal, y es en la descripción y contextualización de esta maldad en la que se transita por el mismo camino, de resultas que a veces no sabía si estaba leyendo a uno o a otro.

Aprender a rezar en la era de la técnica no tiene un contexto histórico definido, aunque en la contraportada se escribe que “evoca el clima político de la Europa Central de entreguerras” y no es difícil advertir en los comportamientos y aptitudes mentales del doctor Buchmann la huella indeleble del nazismo (aunque por ahí he leído a algún despistado que opinaba que el contexto histórico de la novela se encontraba en alguna república exsoviética, cosa que no me cuadra por ningún lado), sin embargo, sí que resulta verosímil encuadrar al detestable y amoral personaje de Tavares como un protonazi perfecto, y el ruido caótico de sus pensamientos en la novela resuenan en la historia familiar de Martin Davidson como el mismo grito alucinado y horrible que llevó a millones de seres humanos a las cámaras de gas o los campos de concentración.

El hilo de acciones y omisiones de Lenz Buchmann, su idea de la superioridad física y mental de unas personas sobre otras, la violencia latente como forma de comportamiento, la absoluta ausencia de cualquier tipo de compasión por la debilidad, su cosmovisión antagónica de fuerzas en permanente batalla y la percepción de que las masas sólo existen para cumplir los designios individuales de hombres superiores le entroncan directamente con Bruno Langbehn, el fanático dentista alemán que militó en las filas del nacionalismo germánico más feroz y excluyente y acabó siendo pilar de las políticas demenciales del Tercer Reich.

El nacionalsocialismo en el que Bruno Langbehn creyó toda su vida no era sólo una ideología política, sino una visión total del mundo y del comportamiento humano, algo que permeaba todas y cada una de las relaciones sociales y naturales. La construcción de un nuevo tipo de moral fue algo a lo que se dedicaron con ahínco los nazis, pues las antiguas concepciones humanistas que provenían del enciclopedismo y la ilustración del siglo XVIII ya no eran válidas para el nuevo mundo que pretendían alumbrar. Conceptos como la solidaridad o la compasión dejaban paso a la idea de que todas las acciones son posibles y todas son buenas si permiten alcanzar el objetivo, algo que suscribe sin contemplaciones Lenz Buchmann, que como médico, y a tenor de sus ideas eugenésicas, hubiera dado el visto bueno a las políticas de eutanasia del Aktion T4, encaminadas a eliminar a todas aquellas personas señaladas como enfermos incurables o con taras hereditarias, o simplemente calificadas de improductivas.

Es por todo esto que ambos libros se retroalimentan en la vorágine de un viaje al mal con mayúsculas, ese mal que encontramos en el alma podrida del personaje de Tavares, en las certezas asesinas del abuelo de Davidson, ambos unidos por la demolición de una moral que, para ellos, premia a los débiles frente a la concepción darwinista de la supervivencia del fuerte, sin paliativos, sin medias tintas, con la despiadada seguridad que da la credencial de pertenecer a un mundo que no retrocederá ante los caídos.



viernes, 4 de mayo de 2012



He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.

martes, 24 de abril de 2012

Menphis Underground



No existe un equivalente español de este tipo de autor, y si lo hay está convenientemente silenciado, comprado, aburguesado o en el fondo del lago de Banyoles con una Olivetti atada a los pies.
Kiko Amat en el prólogo de Menphis Underground.

sábado, 21 de abril de 2012

Todo está iluminado

"Este era el mundo donde ella creció y él envejeció. Construyeron para ellos un santuario ajeno a Trachimbrod, un hábitat completamente distinto al del resto del mundo. Nadie pronunció jamás un insulto, ni levantó un dedo contra el otro. Aún más: no se pronunció jamás una palabra de enojo y nunca se negó nada. Y más aún: jamás se pronunció una sola palabra de desamor, y todo fue acumulándose como prueba de que las cosas pueden ser así, que no tienen por qué ser de otro modo; si no hay amor en el mundo, nosotros crearemos un mundo nuevo y lo rodearemos de altos muros y lo llenaremos de muebles rojos y suaves, de dentro hacia fuera, y le pondremos un aldabón que suene como un diamante al caer sobre el fieltro de un joyero para así no oírlo nunca. Ámame, porque el amor no existe, y yo ya he intentado todo lo que sí existe."
Jonathan Safran Foer. Todo está iluminado.

viernes, 20 de abril de 2012



La literatura nos separó: todo lo que supe de ti
lo aprendí en los libros
y a lo que faltaba,
yo le puse palabras.

Cristina Peri Rossi. Dedicatoria 2.

miércoles, 4 de abril de 2012

Juegos de guerra




Finales de verano en un pueblo de la Costa Brava. Una pareja de jóvenes turistas alemanes pasan sus primeras vacaciones juntos. Sol, playa, terrazas y patines. Y también un cierto aire de decadencia, un olor a muerte apenas disimulado por el penetrante olor de las cremas bronceadoras, una extrañeza que flota en el ambiente como una tormenta pegajosa de estío. Así es El Tercer Reich, otra más de las novelas que Roberto Bolaño guardaba en los cajones de su escritorio y que, a pesar de mis prejuicios (ya se sabe, imaginaba una obra armada con los papeles descartados por el escritor y ahora recobrada por los beneficiarios de sus derechos de autor) me está gustando mucho.

martes, 27 de marzo de 2012

Y en el año 66 resucitó




Corría el tórrido verano de 1944 y la ciudad de Nueva York era una ratonera para unos jóvenes que fundían sus vidas entre pisos destartalados, hoteles baratos y bares plagados de lunáticos. La retaguardia de la guerra mundial. Dos de ellos acabarían siendo bandera de una generación legendaria y hundida. Otros dos terminarían protagonizando una tragedia teñida de muerte, confusión sexual, celos, posesión y locura. Fue el verano en que los hipopótamos se cocieron en sus tanques.

lunes, 19 de marzo de 2012

En invierno viaje siempre hacia el Sur. ¿Qué Sur?. No importa






Elio Vittorini (Siracusa, 1908- Milán, 1966) escribió Conversación en Sicilia (1941) bajo la experiencia del fascismo italiano y asqueado por la derrota de la Guerra Civil española. En esta novela Vittorini viaja a la memoria de sus recuerdos de infancia sicilianos, esa tierra olvidadada donde conviven la miseria, el mar, los higos chumbos y la opresión.

jueves, 15 de marzo de 2012

Han decretado la hora de cierre de los bares



Copas sobre el césped, mojadas de rocío,
con manchas de carmines estridentes...

En el jardín nocturno brillaban las guirnaldas
y llegaba la música
en aladas bandejas invisibles del aire.
Los abrazos furtivos, el juego de señales,
los disfraces barrocos y las niñas de nieve
posando de fatales con rosas en los labios.

Copas abandonadas sobre el césped, confetti
flotando en la piscina y un jirón de vestido
prendido en el columpio. Toda la irrealidad
de esa escenografía de los bailes de máscaras
tuvo para nosotros un sentido simbólico:
era la juventud,
vestida de sí misma, estrafalaria y loca,
quemando alegremente sus bengalas,
porque el amanecer traería un viento frío,
una mala resaca como precio. Las copas
quedaron sobre el césped. Flores pisoteadas,
antifaces deshechos, sombreros, serpentinas
diminuto y fantasma que naufragó en el sueño
de aquella noche de verano. En las hogueras
de nuestro corazón los restos de una fiesta,
los restos de una vida. Recogeré las copas,
guardaré mi disfraz en un cajón secreto.
Duró poco la fiesta. De nuevo cae la noche
y la luna se estampa sobre un cielo desnudo.

Felipe Benítez Reyes. El final de la fiesta.

domingo, 11 de marzo de 2012

Hacer mal las cuentas

No soy muy dado a recordar efemérides, ni siquiera las más cercanas, algo de lo que pueden dar buena cuenta mis parejas, que impertérritas han tenido que enfrentarse a mi incapacidad latente para recordar las fechas de sus cumpleaños, y no digamos ya el día aquél en que nos dimos el primer beso o comenzamos a salir o cualquier otra cosa que se supone que uno debe recordar a riesgo de poner en peligro su siempre precaria relación. Sin embargo, sí recuerdo con nitidez deslumbrante la mañana del once de marzo de hace ocho años. Aquella mañana de finales de invierno yo me encontraba trabajando como operario en las pistas del aeropuerto de El Prat, donde había entrado, como cada día, a las ocho de la mañana. Mi cometido era simple, como un día más, desde hacía varios meses, conducía un pequeño vehículo descapotable que se dedicaba a cortar la hierba que crece entre las pistas donde aterrizan y despegan los aviones. Igual nunca se han fijado, pero ese trabajo existe, sino se realizara la naturaleza destruiría en poco tiempo las solemnes pistas de asfalto, taparía los pivotes que señalizan su localización, se comería con singular voracidad las señales y los rodamientos y todas las marcas de los dioses humanos. Y yo era uno de los encargados de evitar que eso sucediera, en mis manos y entre las aspas metálicas de mi pequeño vehículo a motor se hallaba la importante tarea de mantener a la naturaleza en su sitio. No estaba solo en aquella faena, yo que, del trío que componía la escueta escuadrilla de operarios de control de vegetación del aeropuerto de El Prat, era el que se había incorporado más tarde, me correspondía el dudoso honor de conducir aquella apestosa y ruidosa cortadora descapotable, la peor de las tareas encomendadas. Lo mío era un trabajo de precisión, pero siempre a mi lado se encontraba el ruinoso tractor John Deere, que conducía mi compañero, encargándose de las grandes extensiones de hierba. Yo, desde mi minúsculo vehículo, miraba con envidia a aquel John Deere hecho añicos por años de trabajo a la intemperie que sonaba como uno de los aviones que veíamos marchar o llegar constantemente, y que, sin embargo, a pesar de toda su ruina, representaba para mí un refugio del frío del invierno y el calor y el polvo del verano. Aquella atalaya me parecía lo más cercano al paraíso dadas las circunstancias, aquel maldito y soñado tractor era un ascenso en mi vital carrera como cortacesped y, además, tenía radio, podías escuchar música o las noticias o lo que te diera la gana. En aquella radio escuché aquella mañana de finales de invierno de hace ocho años la noticia de las cuatro bombas que destrozaron los trenes en Madrid. El enorme y viejo tractor John Deere detenido junto a mi pequeña cortadora en medio de una de las isletas que flanquean las pistas del aeropuerto de El Prat. Afuera la mañana tibia de finales de invierno, el sol reflejando en el cielo el azul del mar cercano que muchos días podías oler a pesar del queroseno y los neumáticos calcinados, a lo lejos las sombras de las montañas de Garraf, los bosques de pinos, la ciudad con sus cúpulas; y los aviones, siempre presentes, a todas horas, los aviones. En la radio hablaban de muertos, miembros amputados y miseria. Escuchamos las noticias durante el resto de la jornada, allí parados, los dos fumando mucho y llenando de humo la de por sí polvorienta cabina del tractor, anonadados e incrédulos ante lo que estábamos oyendo. A pesar de las terribles noticias la hierba siguió creciendo aquella mañana, por supuesto, siempre dispuesta a asaltar las débiles fortificaciones construidas por los humanos, pero al menos aquel día, nosotros no pudimos ya realizar nuestra parte del trato.

Desde esa mañana de hace ocho años, cada once de marzo me acuerdo del olor a queroseno, del decrépito y duro John Deere, del cielo azul de las playas del Mediterráneo, de la fragancia de los pinos despertando del letargo invernal, de la pequeña y ruidosa cortadora, de los aviones que viajaban a sitios soñados, y de los muertos, sobretodo, de los muertos.

Ecuacion
11-M
Nos enseñan a resolver
pequeños problemas matemáticos:
el corazón partido por dos,
la melancolía que tiende a infinito,
las permutaciones de la tristeza y la alegría,
la raíz cuadrada del desasosiego.

También algún teorema
de apariencia extraña
pero fácilmente demostrable:
la felicidad = lo único que al compartirse
se multiplica.

Pero ¿cuál es la fórmula del sentido?
¿Cuál es el resultado de la operación
que incluye la vida perdida,
el viaje roto por la dinamita?

El Gran Calculador calla.

Y una pregunta más:
si digo que el mundo sigue siendo,
a pesar de todo, hermoso,
¿es que he hecho mal las cuentas?

Martín López Vega.

sábado, 10 de marzo de 2012

Elogio de la superviviente


En tu cuerpo, escrito:
la infancia como una enorme sala húmeda
hospitales donde trasplantan cicatrices
una temible aguja que se abreva en tu piel
terror a cruzar puentes sobre las autopistas
diez años de indagación sobre el suicidio
desamor golpes y la más extrema
clandestinidad del llanto.

El cuerpo del deseo es el del sufrimiento.
Ahora yo también escribo en él
con esperma y con besos, arrastrando las sílabas.

Francamente: eres tan hermosa
que todas las mujeres son hermosas.
Nace mi lengua en tu boca de tabaco tibio.
Pero esto te lo diré de otra manera:
no hay más derrota que el morir, la muerte
de un solo trago o a sorbos. Y hasta entonces
sigue tu música y la lucha sigue.

Jorge Riechmann.

viernes, 9 de marzo de 2012

Entropía invernal



Siempre al borde de la muerte y siempre dejando atrás, a última hora, el abismo.
Enrique Vila-Matas. Rosa Schwarzer vuelve a la vida.

jueves, 8 de marzo de 2012

Los días pasan salvajes como caballos en la pradera

lo más difícil de narrar siempre es el presente. Su instan-
taneidad no admite proyecciones, fantasías, desenfoques.
Yo no sé si todo aquello existió porque no sé si existe.
No sé si son ciertas tus manos (aunque sí sé que verosí-
miles) bajo la lluvia, y tus ojos como Polaroids (irrepeti-
bles y mostrando más de lo previsto). Llorabas. Lovía.
Quién deja a quién si todos andamos diferidos de noso-
tros mismos, dejando atrás lo que entendemos para no
entender lo insoportable: que cada cual es uno y además
no numerable, que vendrán otras, que vendran otros,
que asusta pensar hasta qué punto todos somos inter-
cambiables. Sé que no podré olvidar cuanto vi en tus
ojos: el aire ionizado sobre nuestras cabezas, tus manos
apretadas (no sé exactamente qué visión pretendían re-
futar). Puede que fuera yo quien lloraba, puede que fuera
en mí donde llovía. Puede que aún me estés besando, o
que aquel martes (por decir un día) jamás haya existido.

Agustín Fernández Mallo. Carne de Pixel.

lunes, 20 de febrero de 2012

Algo supuestamente divertido



No importa que esté aquí arriba o ahí abajo, soy un turista americano, y por tanto ex officio corpulento, rollizo, rubicundo, escandaloso, tosco, condescendiente, ensimismado, malcriado, preocupado por su aspecto, avergonzado, desesperante y codicioso: la única especie de bovino carnívoro que se conoce en el mundo.

David Foster Wallace. Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.

sábado, 18 de febrero de 2012

El ruido de las cosas al caer

En determinados momentos de la vida uno cree ser dueño de su destino, forjador de su suerte y su futuro, cree tener, por fin, las riendas de ese caballo salvaje que son los días y el tiempo, y cree detentar la absoluta certeza de que las cosas que pasen serán sólo y exclusivamente producto de su pericia, de su saber hacer, de la experiencia y habilidad que poseamos para sortear los obstáculos. Nada más lejos de la realidad. El control sobre la propia existencia es una falacia, una ilusión, una perniciosa e insana manera de arrogarnos un papel que no nos corresponde, pues el futuro, es más, la existencia misma y presente de ese o aquel cuerpo, de esa alma, está sujeta a corrientes subterráneas difíciles de prever, a movimientos ocultos en el dorso oscuro de los acontecimientos que, en realidad, nos dejan, como un barco perdido en alta mar, a la deriva, sujetos a decisiones que no nos corresponden, a voluntades que escapan de control, a eventos lejanos sobre los que no podemos poseer ningún tipo de conocimiento.

Así suceden las cosas. Luego, para calmar el tormento que nos provoca el desengaño de unas vidas sujetas a lo impredecible, solemos invocar palabras que acaso nos tranquilizan en nuestra más absoluta duda: accidente, casualidad, destino. Lo sabemos. Y, sin embargo, llegar a la conclusión de que lo que somos se lo debemos más a una cadena de circunstancias que a cualquier otra cosa, a un leve movimiento que encadenándose llega hasta nosotros como un hecho del que no es posible escapar, no nos deja ni mucho menos más tranquilos, pues siempre nos turba esta constatación, y es entonces cuando surge el miedo que se agazapa como un felino al acecho de la presa, el terror que nos sopla en la nuca al vernos tan débiles, tan indefensos, tan desamparados.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Este hombre era otro hombre antes


"El ruido de las cosas al caer es la historia de una amistad frustrada. Pero es también una doble historia de amor en tiempos poco propicios, y también una radiografía de una generación atrapada en el miedo, y también una investigación llena de suspense en el pasado de un hombre y un país".

martes, 14 de febrero de 2012

La vida es un tango


Le parecía ser de pronto otra persona cuya naturaleza ignoraba, se precipitó sobre ella y le mordió los senos, las piernas y las nalgas. Ella gritaba de placer, se colgó de una cortina y él la penetró parado, relinchando como un potro. Cuando fue poseído por el coito vio estrellas verdes girar dentro de sus ojos y sintió sacudidas en la nuca mientras el pelo se le paraba sobre la cabeza y su piel se cubría de sudor frío como si hubiera estado lamido por las olas del mar. El placer que hasta entonces había sólo sospechado en el glande durante diez años de masturbación lo sintió por primera vez en todo el mundo. Cada espasmo le arrancaba un alarido. Cayó extenuado sobre Yoli, luego la besó tiernamente en la boca y le murmuró: Gracias, amor mío, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

Copi. La vida es un tango.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Nazis, vaqueros, apaches y delincuentes

Descubro que José Ovejero en su flamante Escritores delincuentes, libro que bucea en las siempre fluidas y casi naturales relaciones entre el mundo de las letras y la delincuencia, habla del alemán Karl Friedrich May, alias el Carterista. May, que nació en 1842 en la ciudad de Ernstthal en el seno de una familia de tejedores pobres, fue ciego hasta los cinco años por falta de vitaminas. Fruto de aquellos años de oscuridad y tinieblas interiores desarrolló una imaginación desbordante, una extraña e inquietante habilidad para recrear mundos, para construir personajes. En su juventud fue agente de policía, rico propietario de plantaciones en Martinica, inspector de hacienda y cuantos disfraces más le valiesen para conseguir sus propósitos económicos. Un estafador de guante blanco le diríamos ahora. Sin embargo, sus capacidades creativas e interpretativas no le salvaron del largo brazo de la ley. Durante los años que May penó en el sistema penitenciario de Sajonia, las oscuras y húmedas bibliotecas de aquellas intimidantes prisiones le sirvieron de refugio antiaéreo, y fue allí donde leyó todo lo que pudo leer y donde comenzó a garabatear sus primeros textos y a dar forma al disfraz que utilizaría durante los años posteriores, el de Old Shatterhand, alias el Trampero.

Javier Lucini, perpetrador de ese artefacto peligroso y poliédrico que es Apacherías del Salvaje Oeste, cita a Richard Erdoes cuando dice que el culpable de que los niños austriacos vitoreasen a los indios y abucheasen a los vaqueros y a la caballería en los cines de Viena era un tipo llamado Karl May, de la misma forma que cuando las tropas norteamericanas invadieron Alemania en 1945 se quedaron de piedra al ver a los niños, engalanados con plumas, jugando a los Apaches entre los escombros.

Karl May creó una saga novelística ambientada en el Salvaje Oeste, él mismo se hacía fotografiar vestido de trampero: sombrero de ala ancha, botas altas, collar de “dientes de oso” y pistola al cinto, decía también ser hermano de sangre del jefe Apache Winnetou y hablar más de cuarenta idiomas. El público decidió que lo que contaba en sus novelas era autobiográfico, historias reales. Así, entre 1876 y 1893, y sin salir de su Baviera natal, sirviéndose tan sólo de mapas, diarios de viajes, guías, estudios lingüísticos y antropológicos y, de lo que es más importante, de su propia imaginación, logró recrear, con todo lujo de detalles, los desiertos y llanuras de Arizona, el polvo de Texas, el mundo de los tramperos y los salones y los buscadores de oro y los Apaches y los pistoleros y las bailarinas de saloon, el mundo soñado del mito del Oeste Norteamericano.

No se puede culpar a los escritores por la dudosa categoría de sus admiradores opina Lucini, y en este caso May, alias Old Shatterhand, alias el Trampero, no tiene la culpa de que Hitler le convirtiera en un bestseller. Para el Fürher las novelas del antiguo preso eran una prueba de que no era necesario viajar para conocer mundo, así como no era necesario haber estado en el desierto para dirigir a las tropas en la campaña africana. Otros quisieron ver en la obra de May el veneno que corrompió el alma alemana, inoculando una moralidad hipócrita y una morbosa glorificación de la crueldad. Para Klaus Mann “el Tercer Reich es el último triunfo de Karl May (...) partiendo de unos supuestos éticos y estéticos indistinguibles de los suyos, un pintor austriaco de brocha gorda, inspirado en su juventud por Old Shatterhand, está ahora tratando de reconstruir el mundo”.

Karl May fue uno de los autores más leídos de Alemania, “conocemos a Goethe, pero leemos a May” dice un dicho en alemán, y el jefe Winnetou, “un parangón de virtud, un amante de la naturaleza, un romántico, un pacifista de corazón pero, en un mundo en guerra, el mejor y más bravo de los guerreros, siempre alerta, poderoso y seguro” en la quintaesencia del sentido místico, espiritual, cósmico y originalmente germánico.

Herman Hesse declaró a May el representante más brillante de un tipo de literatura calificada “literatura como realización del deseo”, y es en este punto en el que la figura del niño ciego dotado de una imaginación meticulosa y brillante, que luego sabrá explotar en sus fechorías y en su escritura, converge con la de Adolf Hitler, también otro gran soñador.

lunes, 6 de febrero de 2012

El uruguayo es un cuento gigantesco, maravilloso. Algo difícil de presentar, como todo lo que no tiene límites. Pero podéis ir allí, no exagero, ya veréis. Y no olvidéis la goma, para borrar todo el texto a medida que lo leáis, como pide muy inteligentemente Copi, lo que obliga a comprar de golpe diez ejemplares de El uruguayo para asegurarse diez lecturas (un primer estadio). Diez lecturas y cada vez un libro bien nuevo. La gran vida.

Michel Cournot a propósito de Copi.

domingo, 5 de febrero de 2012


Con aquellos zapatos de tacón rojos escaló montañas
y creó incendios que devoraron ciudades

y destruyeron mundos.

Ante la previsible muerte
la fricción de tu cuerpo desnudo
la humedad de las mucosas
el lamento vulvar.

Cristina Peri Rossi

viernes, 3 de febrero de 2012


Sea
la desolada quimera del presente
nuestro empeño imborrable.

Jorge Riechmann. Abolir la nostalgia. Cántico a la erosión.


Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.


Sólo puede ser intrépido quien conoce el miedo pero lo supera; quien ve el abismo con orgullo. Quien ve el abismo con ojos de águila; quien con garras de águila se aferra al abismo; ése tiene valor.

Friedrich Wilhelm Nietzsche

miércoles, 1 de febrero de 2012


(...) me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es una locura.

Mark David Chapman dixit.
Voy en el autobús leyendo La vida es un tango, uno de los textos de Copi que componen el libro que Anagrama publicó en 2010 para rescatar del olvido a este autor heterodoxo y sorprendente, medio porteño medio parisino, integrante de teatro Pánico de Jodorowski y Arrabal, tan vanguardista que Raúl Escari, amigo y amante de Copi, afirma que una vez llego a decir que era tan vanguardista que había agarrado el sida antes que nadie. Y recuerdo entonces que en Dietario voluble Enrique Vila-Matas cuenta una anécdota que tiene que ver con Copi y con Escari, y es que éste afirmaba haber fumado las cenizas de su amigo en una pipa de hash.

Raúl Escari, personaje de París no se acaba nunca de Vila-Matas, suele deslizar sus afirmaciones entre el testimonio y la invención, en una línea que casa correctamente con el absurdo, la provocación y la metaliteratura. En esta sentido Escari sigue explicando una historia que bien podría ser una de las creaciones de Copi:

“Cuando estaba casi en coma yo estaba en el hospital con la China –así le decíamos a la madre– y en un momento me fui a un costado y me hice un joint. Ella me vio y como es una mujer muy inteligente, a pesar de su angustia, dijo: “¡Ay, Copi, Raúl se está haciendo un joint! ¿Querés?” Copi ya no se movía. Ella le puso el joint en la boca. En la oscuridad del cuarto vimos el rojo del cigarrillo. ¡Lo estaba fumando! Después el médico le dijo al hermano de Copi, Damonte Taborda, “Esta noche quédense”. Estaban Juan Stoppani, su amigo Jean-Ives. Nos abrieron un cuarto y nos quedamos ahí alrededor de una mesa, esperando. Tomábamos whisky y fumábamos porros. De pronto vino una enfermera que parecía una pin-up. Damonte, que era muy buen mozo, muy de levantarse a todas, empezó a coquetear con ella. La enfermera pidió: “¿No podría tomar un poquito de whisky?” Con Jean-Ives nos miramos. Era una pieza de Copi. Mientras él se estaba muriendo, la enfermera se trataba de levantar al hermano y todos fumábamos marihuana y tomábamos whisky.”

martes, 31 de enero de 2012


«¿Qué escribes?», le preguntaron una tarde a Enrique Vila-Matas. El escritor vivía, tras Doctor Pasavento, en una permanente sensación de camino clausurado, pues sentía que había llegado al final de un cierto recorrido y ante él se abría un abismo. «Escribo el título de un libro», respondió. El título era Exploradores del abismo. En los días que siguieron, comenzaron a surgir una serie de relatos relacionados con lo que sugería ese título. El libro entero es la exploración de ese abismo. Y, como el mismo título indica, se ocupa de historias que protagonizan seres al borde del precipicio, seres que se entretienen en ese borde y lo estudian, investigan, analizan.

Los exploradores son, obviamente una metáfora de la condición humana. Son optimistas y sus historias, por lo general, son las de personas corrientes que al verse bordeando el precipicio, adoptan la posición del expedicionario y sondean en el plausible horizonte, indagando que puede haber fuera de aquí, o en el más allá de nuestros límites. Son personas no especialmente modernas, pues por lo general desdeñan el hastío existencial tan en boga, y más bien son gente anticuada y muy activa que mantiene una relación desinhibida y directa con el vacío. En ocasiones, ese vacío es el centro del relato que protagonizan mientras que en otras, bien distintas, el abismo llega a ser sólo un buen pretexto para escribir un cuento.

En realidad, los relatos de este libro buscan puentes en un admirable abismo, que es pacientemente explorado en todas las direcciones posibles por historias sutilmente conectadas: historias cruzadas por la enigmática y sinuosa silueta de un equilibrista, cuyo recorrido va trazando el inestable y a la vez consistente hilo que liga, con bella y extraña coherencia interna, el conjunto de relatos que componen este regreso de Enrique Vila-Matas a la narrativa breve, pero también al libro inclasificable, tan alejado de la novela convencional como del típico conjunto -siempre tan sospechoso- de cuentos cerrados y correctos. Al final estamos sin duda menos perdidos que al comienzo, pero también más cerca de un nuevo abismo. Y se intuye que, como diría Canetti, los exploradores ya no saben cómo volver del mapa. Y también se intuye que los lectores de Vila-Matas acogerán con avidez este libro deslumbrante.»

Guardianes del Abismo (o cuando el Abismo somos nosotros)

lunes, 30 de enero de 2012


¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo
por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y
olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada
se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces
detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la
calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la
Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual
era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la
misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el
tubo de dentífrico.

Rayuela. Julio Cortazar.
Donde pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.

Donde tengo el amor, toco la herida.

Donde pongo la fe, me pongo en juego.

Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.

Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo, y juego
lo que me queda: un resto de esperanza.

Al siempre va. Mantengo mi postura.

Si sale nunca, la esperanza es muerte.

Si sale amor, la primavera avanza.



Ángel Gonzalez. La vida en juego.
No sé, es una manera de empezar tan buena como cualquier otra.