Papelera de reciclaje. Dietario. Cuaderno de notas y lecturas.

martes, 31 de enero de 2012


«¿Qué escribes?», le preguntaron una tarde a Enrique Vila-Matas. El escritor vivía, tras Doctor Pasavento, en una permanente sensación de camino clausurado, pues sentía que había llegado al final de un cierto recorrido y ante él se abría un abismo. «Escribo el título de un libro», respondió. El título era Exploradores del abismo. En los días que siguieron, comenzaron a surgir una serie de relatos relacionados con lo que sugería ese título. El libro entero es la exploración de ese abismo. Y, como el mismo título indica, se ocupa de historias que protagonizan seres al borde del precipicio, seres que se entretienen en ese borde y lo estudian, investigan, analizan.

Los exploradores son, obviamente una metáfora de la condición humana. Son optimistas y sus historias, por lo general, son las de personas corrientes que al verse bordeando el precipicio, adoptan la posición del expedicionario y sondean en el plausible horizonte, indagando que puede haber fuera de aquí, o en el más allá de nuestros límites. Son personas no especialmente modernas, pues por lo general desdeñan el hastío existencial tan en boga, y más bien son gente anticuada y muy activa que mantiene una relación desinhibida y directa con el vacío. En ocasiones, ese vacío es el centro del relato que protagonizan mientras que en otras, bien distintas, el abismo llega a ser sólo un buen pretexto para escribir un cuento.

En realidad, los relatos de este libro buscan puentes en un admirable abismo, que es pacientemente explorado en todas las direcciones posibles por historias sutilmente conectadas: historias cruzadas por la enigmática y sinuosa silueta de un equilibrista, cuyo recorrido va trazando el inestable y a la vez consistente hilo que liga, con bella y extraña coherencia interna, el conjunto de relatos que componen este regreso de Enrique Vila-Matas a la narrativa breve, pero también al libro inclasificable, tan alejado de la novela convencional como del típico conjunto -siempre tan sospechoso- de cuentos cerrados y correctos. Al final estamos sin duda menos perdidos que al comienzo, pero también más cerca de un nuevo abismo. Y se intuye que, como diría Canetti, los exploradores ya no saben cómo volver del mapa. Y también se intuye que los lectores de Vila-Matas acogerán con avidez este libro deslumbrante.»

Guardianes del Abismo (o cuando el Abismo somos nosotros)

lunes, 30 de enero de 2012


¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo
por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y
olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada
se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces
detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la
calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la
Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual
era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la
misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el
tubo de dentífrico.

Rayuela. Julio Cortazar.
Donde pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.

Donde tengo el amor, toco la herida.

Donde pongo la fe, me pongo en juego.

Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.

Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo, y juego
lo que me queda: un resto de esperanza.

Al siempre va. Mantengo mi postura.

Si sale nunca, la esperanza es muerte.

Si sale amor, la primavera avanza.



Ángel Gonzalez. La vida en juego.
No sé, es una manera de empezar tan buena como cualquier otra.