Papelera de reciclaje. Dietario. Cuaderno de notas y lecturas.

miércoles, 20 de junio de 2012

Una de zombis

“Un país concebido como un jardín. Sin las complicaciones que trae el pasado. Sin ideas preconcebidas. Sin heridas. Bien rastrillado y hermosamente autocontenido. Sin caminos que entren o salgan. Sin caminos al pasado o al futuro. Un jardín colgante, desconectado de todas las cosas.”
Javier Calvo. El jardín colgante.



No hay nada más aburrido que hablar sobre escritores y sobre sus capillas y conciliábulos, por eso hoy vamos a hablar de la novela El jardín colgante (Editorial Seix Barral, 2012) y no mucho sobre su autor, el prolífico traductor Javier Calvo (Barcelona, 1973), pues nos importa un huevo si éste pertenece a la Generación Nocilla, al Nuevo Drama o simplemente a esa jodida generación (sé de lo que hablo) que nació en las postrimerías del franquismo y que hoy son treintañeros tristes, decadentes y oscuros. Además es vecino, y es la primera novela suya que leo, así que ciñámonos a la letra impresa.

El jardín colgante es una suerte de novela policíaca ambientada en 1977, un tiempo furioso en el que el régimen que había surgido del final de la dictadura se enfrentaba a las tensiones de la descomposición, un país lastrado por cuarenta años de ese invento del nacionalsindicalismo que al final se desvanecía entre la violencia absurda de los involucionistas y la esperanza utópica e insensata de una extrema izquierda postsesentayochista. La Transición, le llaman los historiadores a ese tiempo. Una fase de la historia española propensa a la edulcoración o a la propaganda que Javier Calvo se pasa por el arco del triunfo para construir una narración de zombis, de seres alienados y sin alma, de verdaderos canallas cuyas motivaciones apenas conocemos moviéndose en el ocaso de un mundo. Barcelona era entonces una ciudad gris en cuyos bares más mugrientos comenzaban a sonar aquellos ruidos chirriantes que iban a desembocar en el no future de la perversión del situacionismo. Y para postre un meteorito acaba de chocar contra nosotros.

No está nada mal como decorado. Bueno, también deberíamos añadir un islote mediterráneo que deviene en todo lo contrario a la idea del paraíso que cualquiera de ustedes podría tener. En este decorado fantasmal e inverosímil se mueven a sus anchas unos personajes caricaturescos que causan grima, por su aspecto, por sus acciones, por existir simplemente, seres como Arístides Lao, alias Agente Sirio, una malformación zafia e inquietante del necio Ignatius Reilly de J.K. Toole, o Teo Barbosa, el larguirucho infiltrado en la organización terrorista TOD que recuerda a aquel Onofre Bouvila de una de las mejores novelas de Eduardo Mendoza. Y es que a Javier Calvo le ha salido un libro muy mendoziano, si me permiten la expresión, y no sólo por la soltura desvergonzada con la que ambos inventan nombres singulares para los personajes de sus novelas, sino también por esa textura paródica y enajenada que comparten.

La historia que cuenta la novela, narrada en tercera persona, es la exterminación de una célula terrorista por parte de los servicios secretos españoles y lo hace alternando breves capítulos que le dan voz a unos y otros, capítulos escritos con evidente tensión narrativa que se transforma hacia el final en una especie de holocausto caníbal repleto de higadillos y decapitaciones gratuitas, en una vorágine feroz de violencia y salvajismo bien regada con drogas alucinógenas.

El jardín colgante ha de ser leída con sentido del humor, como una alegoría o como una burla hacia la novela policíaca y la novela histórica repleta de guiños sarcásticos y simbólicos (Alicia en el país de las maravillas, Liar de los Sex Pistols, ...) y cuyo tema al final parece ser la identidad, o más bien la perdida de ella. Aquí no hay buenos ni malos, ni siquiera verdades y mentiras, no hay denuncia social, ni mucho menos una leve esperanza de redención, lo que hay es impostura, traición, vacuidad y manipulación en un mundo irreal y apocalíptico. En fin, El jardín colgante le gustará si le gustan las historias broncas, oscuras y dementes, o las películas de zombis.

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