Papelera de reciclaje. Dietario. Cuaderno de notas y lecturas.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Nazis, vaqueros, apaches y delincuentes

Descubro que José Ovejero en su flamante Escritores delincuentes, libro que bucea en las siempre fluidas y casi naturales relaciones entre el mundo de las letras y la delincuencia, habla del alemán Karl Friedrich May, alias el Carterista. May, que nació en 1842 en la ciudad de Ernstthal en el seno de una familia de tejedores pobres, fue ciego hasta los cinco años por falta de vitaminas. Fruto de aquellos años de oscuridad y tinieblas interiores desarrolló una imaginación desbordante, una extraña e inquietante habilidad para recrear mundos, para construir personajes. En su juventud fue agente de policía, rico propietario de plantaciones en Martinica, inspector de hacienda y cuantos disfraces más le valiesen para conseguir sus propósitos económicos. Un estafador de guante blanco le diríamos ahora. Sin embargo, sus capacidades creativas e interpretativas no le salvaron del largo brazo de la ley. Durante los años que May penó en el sistema penitenciario de Sajonia, las oscuras y húmedas bibliotecas de aquellas intimidantes prisiones le sirvieron de refugio antiaéreo, y fue allí donde leyó todo lo que pudo leer y donde comenzó a garabatear sus primeros textos y a dar forma al disfraz que utilizaría durante los años posteriores, el de Old Shatterhand, alias el Trampero.

Javier Lucini, perpetrador de ese artefacto peligroso y poliédrico que es Apacherías del Salvaje Oeste, cita a Richard Erdoes cuando dice que el culpable de que los niños austriacos vitoreasen a los indios y abucheasen a los vaqueros y a la caballería en los cines de Viena era un tipo llamado Karl May, de la misma forma que cuando las tropas norteamericanas invadieron Alemania en 1945 se quedaron de piedra al ver a los niños, engalanados con plumas, jugando a los Apaches entre los escombros.

Karl May creó una saga novelística ambientada en el Salvaje Oeste, él mismo se hacía fotografiar vestido de trampero: sombrero de ala ancha, botas altas, collar de “dientes de oso” y pistola al cinto, decía también ser hermano de sangre del jefe Apache Winnetou y hablar más de cuarenta idiomas. El público decidió que lo que contaba en sus novelas era autobiográfico, historias reales. Así, entre 1876 y 1893, y sin salir de su Baviera natal, sirviéndose tan sólo de mapas, diarios de viajes, guías, estudios lingüísticos y antropológicos y, de lo que es más importante, de su propia imaginación, logró recrear, con todo lujo de detalles, los desiertos y llanuras de Arizona, el polvo de Texas, el mundo de los tramperos y los salones y los buscadores de oro y los Apaches y los pistoleros y las bailarinas de saloon, el mundo soñado del mito del Oeste Norteamericano.

No se puede culpar a los escritores por la dudosa categoría de sus admiradores opina Lucini, y en este caso May, alias Old Shatterhand, alias el Trampero, no tiene la culpa de que Hitler le convirtiera en un bestseller. Para el Fürher las novelas del antiguo preso eran una prueba de que no era necesario viajar para conocer mundo, así como no era necesario haber estado en el desierto para dirigir a las tropas en la campaña africana. Otros quisieron ver en la obra de May el veneno que corrompió el alma alemana, inoculando una moralidad hipócrita y una morbosa glorificación de la crueldad. Para Klaus Mann “el Tercer Reich es el último triunfo de Karl May (...) partiendo de unos supuestos éticos y estéticos indistinguibles de los suyos, un pintor austriaco de brocha gorda, inspirado en su juventud por Old Shatterhand, está ahora tratando de reconstruir el mundo”.

Karl May fue uno de los autores más leídos de Alemania, “conocemos a Goethe, pero leemos a May” dice un dicho en alemán, y el jefe Winnetou, “un parangón de virtud, un amante de la naturaleza, un romántico, un pacifista de corazón pero, en un mundo en guerra, el mejor y más bravo de los guerreros, siempre alerta, poderoso y seguro” en la quintaesencia del sentido místico, espiritual, cósmico y originalmente germánico.

Herman Hesse declaró a May el representante más brillante de un tipo de literatura calificada “literatura como realización del deseo”, y es en este punto en el que la figura del niño ciego dotado de una imaginación meticulosa y brillante, que luego sabrá explotar en sus fechorías y en su escritura, converge con la de Adolf Hitler, también otro gran soñador.

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